viernes, 14 de octubre de 2011

QUÉ TIEMPOS AQUELLOS

Llegaban a eso de las 09:30h, con mal humor generalmente y se iban a desayunar y, luego, a fumarse su cigarrito en el patio inglés. Algunas veces tenían una reunión y llegaba el proveedor, por ejemplo, el del ERP, y lo tenían dos o tres horas esperando, porque les había surgido un imprevisto. Claro, imprevistos había casi todos los días y soluciones improvisadas también. Cuánto trabajo tenían: normal, no se planificaban nada o casi nada, todo solía depender de una persona y los problemas acostumbraban a llegar sin haber previsto adecuadamente su gestión y su solución. Pero, sobre todo, había que chillar y cabrearse... pero mucho mucho... si no, no parece que mandes.

Pero, esto se compensaba con su intuición. Cuánta sabiduría. Presumían de tener ojo para calar a la gente y, sobre todo, mucha mucha memoria... se guardaba todo en su cabeza... nada de papeles, para qué, cuanto menos gente vea la información, mejor. Qué gran acto de sacrificio el de hacer recaer todo, todo, todo, sobre sus espaldas y su memoria. Qué ejemplo y cuánta seguridad para esta gran Organización.

Claramente, resultaba agotador llevar así, a salto de mata, un Centro de más de 300 personas en plantilla, cientos de proyectos de investigación que justificar y con un presupuesto de más de 10.000.000 € sólo en costes de personal. Por eso, sobre las 2 y pico de la tarde, con extenuación por tanta improvisación, se iban a comer fuera del Centro, siempre en grupo, con sus amigos de Servicios Generales del Centro, para hablar de sus cosas y animarse mutuamente ante la dura tarea de tener que aguantar a toda esta panda de científicos que siempre intentaban engañarles. Sin duda, la comida solía ir acompañada de sobremesa, café o carajillo y copa, ya que, al Centro, lo que se dice volver, no volvían hasta las 5 de la tarde, a veces, a las 6 e, incluso, en ocasiones, después de las 7. Obviamente, a penas tenían tiempo de calentar la silla, porque una media hora después, tras una jornada tan dura de trabajo, acostumbraban a irse ya del Centro.

Qué tiempos aquellos en los que había dinero para gastar y se podía ser ineficiente y dejar a cientos de empleados y compromisos a merced de la falta de criterio y la más absoluta improvisación. Qué tiempos aquellos en los que esos primeros gestores y sus amigos más íntimos eran intocables y mandaban de verdad.

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